El verdadero origen de la Pascua según la Biblia
La Pascua es una de las celebraciones más significativas tanto en la tradición judía como en la cristiana, pero su verdadero origen y significado se entienden plenamente solo cuando se examina a la luz de las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. A través de este recorrido bíblico, descubrimos que la Pascua no es solo una festividad, sino un símbolo profundo de liberación, redención y esperanza.

La Pascua en el Antiguo Testamento: libertad del pueblo de Israel
El origen de la Pascua se encuentra en el libro del Éxodo, capítulo 12, cuando el pueblo de Israel se encontraba esclavizado en Egipto bajo el faraón. Después de enviar múltiples plagas como advertencia, Dios anuncia la décima y última plaga: la muerte de todos los primogénitos de Egipto. Para proteger a su pueblo, Dios instruye a Moisés con un ritual específico, que marcará el inicio de la Pascua:
“Y tomarán de la sangre y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer... Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, con panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán” (Éxodo 12:7-8).
La sangre del cordero sacrificado, rociada en los marcos de las puertas, sería la señal para que el ángel de la muerte "pasara por alto" esas casas, salvando a los primogénitos hebreos. De ahí proviene el nombre "Pascua", del hebreo Pesaj, que significa "pasar por alto" o "pasar de largo".
Dios ordena que esta noche se conmemore cada año como una festividad perpetua:
“Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones” (Éxodo 12:14).
La Pascua se convierte así en la festividad de la liberación, marcando el inicio del éxodo de Egipto y el comienzo de una nueva identidad como pueblo libre, elegido por Dios.
La Pascua en el Nuevo Testamento: el Cordero de Dios
Con la llegada del Nuevo Testamento, la Pascua toma un nuevo y más profundo significado a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Los Evangelios relatan que Jesús fue crucificado durante la celebración de la Pascua judía, y esta coincidencia no es casual. Según el apóstol Pablo:
“Porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).
Aquí, Pablo establece un paralelo directo entre el cordero pascual del Éxodo y Jesús. Así como el cordero fue sacrificado para salvar a los israelitas de la muerte física, Jesús, el “Cordero de Dios” (Juan 1:29), se sacrifica voluntariamente para redimir a la humanidad del pecado y de la muerte espiritual.
Durante la Última Cena —una cena pascual— Jesús introduce el nuevo pacto:
“Este es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. [...] Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19-20).
De esta manera, Jesús reinterpreta el rito pascual: ya no es un recuerdo de la liberación de Egipto, sino del sacrificio redentor que Él está a punto de realizar. La cruz se convierte en el nuevo símbolo de la Pascua, y la resurrección en la prueba definitiva de la victoria sobre la muerte.
Una celebración de liberación espiritual
La Pascua cristiana no elimina el sentido histórico del evento judío, sino que lo cumple y lo eleva. En la teología cristiana, Jesús es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Así como Dios liberó físicamente a los israelitas de Egipto, ahora, a través de Cristo, ofrece libertad espiritual a toda la humanidad.
La Pascua, entonces, se convierte en una celebración de esperanza, de vida nueva, y de fe en la promesa de la salvación. No es simplemente un recuerdo, sino una proclamación viva de que Dios interviene en la historia para liberar, redimir y transformar.
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